Padres

LO QUE LOS PADRES, MADRES Y TUTORES
QUIEREN SABER...



UNA APROXIAMCIÓN AL ENFOQUE EVOLUTIVO DE LOS VALORES

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      Desde tiempos inmemoriales, mucha tinta se ha dedicado para tratar la naturaleza u origen de lo que es correcto y lo que es incorrecto en el contexto natural, social o teocrático. Empero, para abordar con efectividad el problema de la disciplina de  los alumnos, debemos primero conocer las bases del desarrollo de la moral en los niños y niñas y su estrecha relación con los sentimientos o emociones. Basándonos en la evidencia de investigaciones y observaciones sistemáticas, trazaremos las líneas generales de su educación en valores y alfabetización emocional.
                     
 
Amor

  El primer valor que podemos asumir los humanos, lo adoptamos en el mismo vientre de la madre: el amor. Investigaciones recientes confirman que además del cerebro, el corazón también está implicado en los sentimientos. Tal vez por esta razón durante la gestación, el corazón del embrión empieza a formarse mucho antes que el cerebro. Son innumerables los reportes en las más diversas culturas alrededor del globo acerca de las respuestas del feto ante las caricias sobre el vientre de la madre o incluso a la voz de la madre y del padre. En tiempos en que el amor se ha enfriado, es imperativo rescatarlo e incluso volver a conocerlo. La literatura de psicología habla muy poco del amor. El verdadero amor es altruista, basado en principios, es sufrido pero feliz de ver feliz al otro, en el caso que más nos ocupa: al alumno. Es el sentimiento más trascendental y feliz, pues no depende de que la persona amada se encuentre en una situación de desastre, amenaza o carencia, se le ama incondicionalmente, en la "era de las vacas gordas y en la era de las vacas flacas", en “las buenas y en las malas”; con virtudes y defectos.

  El nacimiento implica una prueba de amor para la madre en momentos en que su hijo recién nacido experimenta bruscamente una serie de experiencias intensas y hasta dolorosas como el aprendizaje de la función autónoma de la respiración y la sensación de hambre. El neonato también siente frío y soledad, necesidades que sólo puede satisfacer con la ayuda amorosa y diligente de la madre.

  Un error común es pensar que el recién nacido tiene que aprender a esperar,  lo cual no hace más que aumentar su nivel de ansiedad obstaculizando su maduración. La enseñanza del neonato propiamente dicha, solo puede iniciarse cuando éste ha logrado ciertas funciones autónomas y seguridad. El Dr. Michael Lewis estudió las reacciones de enojo durante los primeros meses de vida y a principios de este nuevo siglo concluyó que existen cinco o seis expresiones emocionales tempranas, cuatro de ellas serían negativas: 1) El enojo, 2) El miedo, 3) El disgusto y 4) La tristeza. “Se nota en el rostro y en el cuerpo, incluso en algunos aspectos fisiológicos. Entonces uno puede tener estos estados emocionales a partir del nacimiento” (Michael Lewis).

   La calidez y protección  que el niño reciba de la madre, durante los primeros cuatro o seis meses, fortalecen su asociación a la idea de obtención de placer y ayudarán al niño no sólo a superar los pequeños traumas y retos que enfrentará durante su desarrollo, sino también a su crecimiento y salud física.

  Se ha encontrado la formación de vínculos afectivos a los cuatro meses de edad y a más de un año identifica a sus seres más queridos. En ese orden, María Montessori demostró que la buena relación personal maestro-alumno y el énfasis en sus necesidades individuales, es fundamental para el logro de los aprendizajes.

  Los primeros veinticinco días de vida son cruciales para supervivencia del neonato.  Los dos primeros años son determinantes para su salud general y sus potencialidades. Los primeros cinco años, trazan el “mapa” del desarrollo psicosexual del niño(a). Sus primeros ocho o doce años son decisivos para su desarrollo socioemocional. Estas necesidades no deben descuidarse no obstante durante la adolescencia. Se ha observado que en los niños privados de la relación materno-familiar existe una mayor proporción de retrasos socio-afectivo, en el lenguaje y en otras áreas del desarrollo. Ningún mortal es la fuente del amor propiamente dicho, sino que más bien lo recibe y lo transmite.

  Es imperativo que los padres y madres de hoy decidan legalmente si quieren ser los modelos y sustentadores de la crianza de sus hijos e hijas o si en cambio abandonarán esta responsabilidad sagrada para obedecer a la ansiedad por el dinero o los placeres, marchándose lejos de ellos o no. Debería legislarse para que a las personas o familiares receptores de esos menores se les otorgue  la Patria Potestad o Guarda al término de un año o dos de distanciamiento  de parte de su progenitor y por consecuencia, de un virtual abandono emocional y moral del menor.

  El amor es un sentimiento que debe ser comprendido en sus variedades de acuerdo a la persona o cosa que es amada.  Muchos conflictos y amarguras se desprenden de la falta de conocimientos del carácter de los diferentes amores, dependiendo de que el beneficiario sea, por ej. el cónyuge, padres, hermanos, amigos, etc. Un reciente estudio publicado por la revista Journal of Sexual Medicine, revela que diferentes tipos de amor implican a distintas áreas cerebrales. A veces también encontramos dificultades en su jerarquización. Por ejemplo, asumiendo una situación de desastre, ¿a quien debe una persona casada socorrer primero? ¿a su madre o cónyuge?

  Por último es fundamental que el amor se equilibre con la justicia. Esto quiere decir que las personas con alto coeficiente de inteligencia emocional reconocen –para sí mismos o ante Dios por lo menos– sus faltas y la de los suyos y esperan por lo menos alguna consecuencia ante esa falta. Para ello quiero que el lector me ayude a recuperar una palabra que al parecer desapareció del léxico de la humanidad durante la segunda mitad del siglo pasado: ecuanimidad.

 
Interés y Alegría

    Estas reacciones emocionales y fisiológicas aparecen el niño o niña con el nacimiento, según las observaciones de Michael Lewis y, constituyen un estadio necesario para la aparición de los demás valores. Del primero trataremos en el siguiente subtítulo y sobre la alegría especificaremos que ésta es el vehículo principal por el que se mueve idealmente la energía didáctica para la niñez. Y los maestros saben que todos los aprendizajes se desarrollarán óptimamente a través de una relación emotiva durante toda la infancia y que eso no exime a la adolescencia. Hasta la adolescencia inclusive, cada clase, cada proceso de enseñanza-aprendizaje, debe contener más de un momento de alegría y sonrisas. Mejor aún si el docente logra contagiar a los alumnos con el propio entusiasmo durante la clase, si mostrase que él mismo "vive" los contenidos que está impartiendo sin perder el contacto visual con el alumnado. De lo contrario, un profesor siempre "serio", excesivamente racional,  y peor aún, siempre "mandón", con un rostro de insatisfacción o amargura, causará como mínimo desmotivación en muchos alumnos, con los mismos efectos que el profesor en cuestión refleja.


La Atención                        

  El nuevo valor que desarrollamos es la atención. Las sensaciones son posibles incluso durante la etapa de gestación, período en el que ya están desarrollados los cinco sentidos corporales del niño, y éste puede oír atenuados y filtrados los sonidos procedentes del exterior. Pero no esta muy claro si siempre esto constituye una percepción propiamente. El recién nacido no tiene atención visual debido a que no puede enfocar los objetos que ve. Sin embargo la actividad visual real suele ser muy diferentes en los bebés. Algunos muestran interés desde el nacimiento manteniendo los ojos muy abiertos durante largos periodos pero sin fijarlos mucho tiempo a un objeto o dirección, otros parecen carecer de comportamiento visual y pasan más tiempo durmiendo.   

  Un baloncito de fútbol de juguete o un pequeño carrusel móvil a 30 centímetros de los ojos del recién nacido atraerán su atención    y   lo     estudiará      y      asimilará progresivamente. A los tres meses y medio aproximadamente el niño puede por fin alcanzar y agarrar con sus manos el objeto. Es el primer gran logro voluntario del bebé que envuelve el comienzo de un nuevo desarrollo: la psicomotricidad. Es aconsejable dar al bebé la oportunidad de experimentar por sí mismo con la vista, el olfato, el oído, el gusto y el tacto. Esto ampliará sus capacidades de atención y  concentración en el futuro, y por consecuencia de los aprendizajes.  A los tres años (algunos antes de los dos años) el niño es capaz de ocuparse de actividades o entretenimientos más sedentarios por varios minutos.

  Por diversas razones, algunos niños muestran un déficit de atención significativo aún a comienzos de la adolescencia, dificultando su aprendizaje en la escuela. La forma más común de aprender a desarrollar la atención es a través del método de ensayo y error. En éste el alumno decide él mismo aplicarse a la actividad de aprendizaje, con la paciencia del maestro, e ir superando progresivamente las distracciones. Pero existen diversos ejercicios-juegos para fortalecer la atención y el maestro debe crear otros siempre pertinentes a la edad de sus alumnos. Pida ayuda para ello al educador físico.  En todo caso la estrategia consiste en que el estudiante se concentre todo el tiempo posible en un único “punto”. Los “puntos” más usados son visuales o auditivos. En nuestros sistemas educativos virtualmente no existe el uso de estrategias de cata apelando al sentido del gusto, el olfato y otras que recurran al tacto.

  La actividad docente  debe estar acompañada de las reacciones faciales positivas del maestro(a) como la sonrisa. Con este ejercicio regular, el niño(a) aprenderá finalmente a ignorar estímulos irrelevantes o información superflua. Esta estrategia puede ser utilizada para numerosas tareas cognitivas.

  Los niños con trastorno de déficit de atención ligados a hiperactividad (TDAH) –cuyo índice parece haber aumentado en todas partes–, superan los síntomas con el paso de los años pero se recomienda tratamiento cognitivo-conductual desde los siete años, para prevenir la repitencia y otros desenlaces lamentables como los accidentes, y en la adolescencia evitar situaciones como "casamientos" prematuros, abuso de sustancias narcóticas, drogadicción o la deserción escolar. Medicamentos como el ritalin, recomendados al principio como inocuos, han demostrado provocar efectos colaterales incluso adicción.

   La atención se puede aprender aprovechando los talentos o potencialidades del alumno y con el diseño de actividades que le impresionen faciliten la concentración. También se aprende por imitación de un modelo de su equipo, mediante el cerebro social e incluso, por las neuronas espejo. Por lo tanto, la atención se puede enseñar con un modelo de entusiasmo y éxito. ¿Qué impide al maestro, padre o madre empezar alguna clase o tema hablando alegremente  de su último gran logro, adquisición o éxito? (mudarse a una casa más amplia, nacimiento de un hijo, boda, aprobación de un préstamo, compra o cambio del auto, que la suegra se regresó a su casa, etc.). Actividades como estas estimularían la empatía en ambas direcciones: maestro-alumno. En este caso el reto consiste en manejar el orden de la clase, los impulsos y los comentarios de los estudiantes adolescentes.

  Sin embargo no todas las noticias acerca de la distracción son malas, por lo menos durante la edad universitaria. Si bien la concentración es necesaria para el aprendizaje y para la productividad, un estudio a finales del 2010 dirigido por investigadores de la Universidad de Memphis y la Universidad de Michigan con estudiantes universitarios, confirmó una prueba anterior hecha en Harvard que indicaba que aquellos a quienes les habían diagnosticado trastorno de déficit de atención, su incapacidad de concentrarse resultó ser una ventaja creativa.

  Por ultimo, el maestro, como el padre y también la madre, es un modelo y entre los modelos que debemos vivir y ser  hay uno que a veces solo parece existir en aquella canción escolar de mi infancia: La abnegación.

 
La Autoestima

  En un tercer o quinto momento surge un “bang” de surgimientos inusitados de valores, casi simultáneamente, difíciles de ordenar en el tiempo y entre los que se destaca el valor de la autoestima también llamada como la imagen de sí mismo. Un niño sin amor propio difícilmente será disciplinado, aunque la conducta amoral no siempre se deba a una autoestima baja. La autoestima se forma a partir de un acontecimiento importante que marcará una nueva etapa en la vida del niño: el destete. Alrededor de los seis meses, sin importar si la lactancia ha sido natural o artificial el momento del destete supone una pequeña crisis, sin duda necesaria e impostergable, en la cual el bebé deberá aceptar una nueva pérdida: la relación cuerpo a cuerpo con su madre y el comienzo de su propia individualización, es decir de la percepción de sí mismo. Antes de esta etapa el bebé no ha adquirido aún conciencia de un “otro” externo a sí mismo. Algunos niños muestran excesivo apego a su madre, sobretodo si  no han tenido educación seglar hasta los cuatro años y ocho meses de edad. 

    Las primeras señales  de la existencia de autoestima en el niño se refleja en sus relaciones socio-afectivas, intensificando sus relaciones con su madre y apareciendo entre los ocho y los doce meses el fenómeno de la angustia ante los extraños con una gran variedad de respuestas de afecto y rechazo. La nueva conciencia del “yo” está asociada a la renuncia del “principio del placer” que antes caracterizó sus expresiones afectivas, y a la aceptación progresiva del nuevo “principio de la realidad”. A los tres años el niño(a) conoce su identidad sexual y a los cinco ya adquiere un sentido de pertenencia y protección. Todo lo que hacemos o dejamos de hacer tanto en la escuela como en la vida adulta, es en buena parte una manifestación de nuestra autoestima. 

   Los alumnos necesitan tener una imagen de sí mismos lo más realista posible. Si tiene una autoestima distorsionada, digamos que muy alta, se ve a sí mismo mucho más capaz, inteligente, hábil o bonito de lo que realmente es, esta percepción lo inducirá sin duda a sumir tareas o compromisos que en definitiva no podrá cumplir o alcanzar, disparando sus niveles de estrés, trastornos psicosomáticos y de paso causará un deterioro de las relaciones interpersonales con sus compañeros o miembros de equipo y con su superior. Tal vez se vea envuelto en falta de ética y hasta problemas legales, económicos o de violencia. 

   Si en cambio tiene una autoestima baja, muy por debajo de sus potencialidades, será un alumno apocado, dependiente, falto de iniciativa, manipulable, trabajará poco, no se unirá al equipo y lo único que aumentará es el tiempo de permanencia en el mismo estatus, o nivel.

   La autoestima no es el resultado de mirarse directamente a uno mismo. Es el resultado de la historia de todas nuestras relaciones interpersonales, incluyendo aquellas que fueron breves pero impactantes. Como hemos visto, en ello juega un peso muy determinante la calidad de la relación materno-familiar, la cual fortalecerá nuestro sistema inmunitario emocional para el resto de nuestras vidas. Para los creyentes es más decisiva aún la calidad de la relación con Dios, debido a que la primera depende de la diligencia de la madre, pero la segunda depende de la búsqueda de esa relación por parte de la persona.

   Es un problema social el alto nivel de deterioro de las actitudes y trato que muchas madres, padres, abuelas, abuelos y tutores dan a sus hijos. Con frecuencia no le proveen sentimiento de seguridad ni cuidándoles, ni supervisándoles ni corrigiéndoles lo suficiente. Esta irresponsabilidad aplica también en su aprendizaje en la escuela. Más aún las expresiones ocasionales de desprecio, unidas a frecuentes calificativos despectivos tales como “llorón” “sucio”, “abandonado”, “loco” “desgraciado”, “ido”,  “prostituta”, “cuerito”, “delincuente”, “inútil”, terminan conformando en el niño o niña una autoestima negativa y a veces hasta les impulsa a asumir conductas autodestructiva.

   La empatía es una de las claves para contribuir a la construcción de una autoestima sana, equilibrada en los demás y en uno mismo. Consiste en ver y sentir las cosas desde la posición del otro. No obstante estemos conscientes de los defectos de nuestro cónyuge, pariente, amigo, compañero o subordinado, le comprendemos, nunca se lo enrostramos.

    La empatía apela al uso de la inteligencia y del conocimiento. Comienza a aprenderse entre los nueve y doce meses de edad con la relación madre-hijo(a) y se desarrolla posteriormente, según el psicólogo Mark Greemberg. verbalizando nuestros sentimientos y el de los demás. Alcanza su mayor grado de desarrollo en la juventud,  identificando los signos faciales o microexpresiones de los más diversos sentimientos en uno mismo y en los demás. En otras palabras  resulta muy útil comunicar de manera oportuna, amorosa y sutilmente a la persona, las reacciones faciales, y expresiones corporales que vemos en ella. En cambio suele ser contraproducente señalarle directamente las cosas negativas que pensamos de ella.

    La otra clave para fortalecer la autoconciencia en los demás es aprovechando las oportunidades para destacar sus mejores virtudes, cuales fueran. Esto no exime al hijo, estudiante, empleado, compañero de equipo o jefe de una propuesta de parte de uno, después de una reflexión periódica de su desempeño. La otra ocasión en la que se puede tratar debilidades de otra persona “horizontal” es cuando esa persona nos lo pide sinceramente y básicamente debemos ofrecerle “salida”.
   
    Quiero contribuir a la recuperación de otra palabra olvidada y que al escucharla algunos erróneamente creen que es un atributo exclusivo de Dios: Compasión. Las investigaciones llevadas a cabo por Richard Davidson hace poco más de quince años, parecen sugerir que el cultivo de la compasión va acompañado simultáneamente de signos evidentes de sentimientos como la felicidad, el entusiasmo, la alegría, la energía y la alerta.

Confianza y seguridad

   La nueva individualización y conciencia de la existencia de la figura materna ya asociada a la idea de obtención de placer, permitirá rápidamente al bebé –casi simultáneamente–, el desarrollo de dos nuevos valores: la confianza y la seguridad, pero estrechamente ligado a los padres. Otra vez, estos nuevos desarrollos, ayudarán al niño a superar los retos que enfrentará durante su desarrollo.

El Orden  

    Los valores mencionados hasta ahora constituyen actitudes eminentemente emocionales. En esta  etapa del desarrollo del niño que Jean Piaget llamó sensorio motora, es lamentablemente la etapa en la que el gran psicólogo suizo nos dejó menos de sus interesantes trabajos, pues básicamente, al igual que Lawrence Kohlberg, se centró en el desarrollo moral a partir de la adquisición de la motricidad. 
    Después del primer mes, la conducta motriz del bebé sigue caracterizada por movimientos reflejos y la madre se ha adaptado al ritmo que el niño ya tiene instaurado al nacer para favorecer la recuperación del “equilibrio” perdido con el nacimiento. En los primeros tres meses el niño no sabe hacer casi nada y a los dos meses a penas puede seguir con la vista un objeto en movimiento. El siguiente valor que es aprendido es el sentido de orden.
 

   El desarrollo psicomotor alcanzado después de los tres meses del nacimiento, supone una condición para el ulterior aprendizaje del orden. También, bajo este estadio de desarrollo, la metodología constructivista exhibe su mayor fortaleza. A esta edad o mucho antes, puede rotar su cuerpo de aboca-arriba a boca-abajo y a más tardar a los cuatro meses empieza a buscar con la cabeza el origen del sonido.

   Alrededor de los seis meses (y a veces antes) se introducen los cambios que impulsarán el próximo nivel de desarrollo del psiquismo del niño, incluyendo el desarrollo del orden como actitud y disciplina. Estos cambios son: a) La adaptación a un nuevo horario de comidas, b) Un régimen alimenticio que incorpora alimentos más sólidos que la leche. Éste como todos los aprendizajes durante la infancia, sucederá a través de una relación emotiva.

   Entre los nueve y doce meses aparecen las primeras prohibiciones imperativas de parte de la madre con gestos y palabras. A veces desde los ocho meses imita acciones. En esta etapa, el niño también puede introducir cosas dentro de otras e intenta subir un cubo sobre otro. Se ha encontrado que también muestran capacidad de discriminación entre lo “correcto” y lo “incorrecto”. Por ejemplo, cuando se le habla, para de moverse, y a veces se queda  observando a la expectativa.

    A los tres años el niño tiene un sentido del orden bastante definido en sus juicios y valoraciones, puede alcanzar un gran desarrollo a los cinco años pero se perfecciona durante la adolescencia. A los cuatro años y medio ya puede pasar muchos ratos alternados entre actividades sedentarias y otras que no lo son. Estos niños son muy susceptibles de asimilar las normas. A esta edad como promedio los hábitos del orden deben ser visibles. A los cinco años de edad los niños tienen un sentido más desarrollado del orden temporal: “un tiempo para cada cosa  y saben que “cada cosa en su momento u hora” aunque muchos tienen todavía dificultades para esperar por sus propios deseos.

   Este logro es fundamental para su desarrollo moral por el resto de sus vidas. No es casual que el orden temporal empezare primero que el orden espacial. –con la adaptación, vg., a un nuevo horario de comidas a los seis meses o antes–.

   Muchos estudiantes indisciplinados del nivel básico y de educación media, superan su indisciplina y algunos hasta muestran un profundo cambio con la simple prescripción y aplicación de una rutina diaria. Esta rutina  contribuye enormemente a que el alumno tenga la percepción de que todos, niños y adultos; alumnos, padres y profesores, estamos gobernados por algo, por una disciplina, por una cultura. El alumno tiene responsabilidad, cumple en el tiempo establecido con la tarea, ya sea en el aula o en casa, no sólo debido a esta rutina, sino en parte, porque observa que el maestro toma en serio su propia rutina.

    Los diez errores posibles en el orden temporal de parte de un profesor(a) son:

1) Entrar tarde al aula.

2) Ausentarse del aula, peor aun sin dar excusas.

3) Dejar que el tiempo de la clase se extienda más tiempo de lo normal o hasta mucho         
    después de los alumnos terminarla.

4) Ausencia de ejercicios o dinámicas para la transición de actividades.

5) Recibir y deliberar con madres o padres en la puerta del aula.

6) Ausencia de observación –y por tanto de evaluación–  a cada estudiante durante el
    proceso.

7) Ausencia de retroalimentación continúa a los estudiantes sobre su desempeño.

8) No tomar acción de inmediato cuando un estudiante rompe el orden o incurre en una
    indisciplina. No ser consistente en la disciplina.

           9) No premiar los logros de sus alumnos durante y al final del proceso.

         10) No tener al día las calificaciones y asistencia de sus estudiantes en el registro.
 
    Los padres también deben evitar errores similares en la familia. La ausencia de la cultura del orden es causa de tropiezos en el desarrollo de otros valores fundamentales en los niños como la higiene, el respeto, la honradez, la laboriosidad, la responsabilidad, la tolerancia, etc. Cuando un alumno aplicado empieza a incumplir con las tareas  y trabajos asignados argumentando “falta de tiempo”, es casi seguro que adolece de una rutina o régimen del día preestablecido que le oriente y de guía.

   Los niños de seis y siete años saben muy bien cuando un adulto no cumple cabalmente o relaja su propia rutina, aunque casi nunca hablen de ello. Sin embargo, alrededor de los doce años de edad suelen quejarse cuando tienen motivo. La rutina está estrechamente ligada a los hábitos.   Hay una rutina genérica, que trasciende cualquier cultura: a) Levantarse temprano. b) Ir a la escuela o trabajo. c) Reunirse en casa con los suyos y d) Acostarse. Lamentablemente hay personas que ni siquiera siguen este orden.

    La rutina diaria no puede se recetada por nadie. Es un asunto personalizado, debe estar centrada en las necesidades del niño y depende mucho de la cultura y de las circunstancias externas. En una rutina diaria –de lunes a viernes o de sábado; de domingo o días feriados– las actividades no tienen que iniciarse todas con una exactitud matemática. En algunos casos es aceptable variaciones de cinco a quince minutos. Un aspecto importante al momento de diseñar un régimen o rutina como ésta, es que una vez acordado, su cumplimiento es una responsabilidad de todos en la familia.

    A los cinco años, la mayoría de los niños han instaurado un orden espacial. Saben que deben tener y tienen “un lugar para cada cosa” y tienen “cada cosa en su lugar”.  Pueden ayudar a arreglar la mesa, a colocar en orden materiales didácticos y a guardarlos. Guardan sus propios juguetes y útiles aunque todavía con poca meticulosidad. En otras palabras, del niño ya tiene conocimientos de las actitudes de orden, con sus ropas, calzados, y con los desechos. El orden juega un papel tan crucial en el desarrollo integral de los niños, que los niños más precoces a esta edad suelen ser llamados “educados”.
    Un error que suceda a veces es que la madre o abuela, por un lado dejen al niño sin ningún régimen, haciendo como a ellos les parezca y por el tiempo que les parezca, dañando incluso sus hábitos de comer, bañarse y dormir. Por otro lado, son tan “amorosas” que no permiten que su niño haga nada; “ellas lo harán por él”. En ambos casos dañan en mayor o menor grado su proceso de maduración en todos los órdenes.


 

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